¿Cómo se vive cuando ya no hay proyecto de vida?
May 4, 2025
Disclaimer: Este no es un post 100% técnico sobre AI. Es una reflexión sobre la dimensión simbólica de lo que estamos atravesando con la IA. Si lo lees con atención, verás que no es alarmista: es una advertencia lúcida. Y si incomoda… probablemente es porque toca algo real :)
Hasta hace muy poco, el mundo te permitía planear tu vida en corto, mediano y largo plazo. La tecnología cambiaba, sí, pero a un ritmo que dejaba espacio para imaginar una historia personal.
Establecer el famoso “proyecto de vida”: Estudiar, trabajar, formar familia, que tus hijos estudien e inicien su proyecto, retirarte y pasar días felices con tus nietos*. No porque fuera fácil, sino porque era estable.
El proyecto de vida clásico comenzó a difuminarse en los millennials, bajo el impacto acumulado de la digitalización acelerada**: Internet → redes sociales → smartphones → y ahora GenAI como actor simbólico.
Muchas personas viven en “transición tecnológica permanente”. Lo técnico ya no se instala: se actualiza. Y cuando todo cambia demasiado rápido, el relato vital se fragmenta.
Un síntoma evidente: Estamos siempre cortos de tiempo porque dedicamos horas al smartphone... Y peor aún si eres usuario activo de alguna red social.
¿Y en nuestros trabajos? Debemos acostumbrarnos a estar actualizados permanentemente. Plantearse el clásico proyecto de vida ya no es el eje principal por el que transitamos. La ansiedad no viene solamente de no tener trabajo. Viene de no tener un relato. Y ese vacío simbólico, a largo plazo, puede que nos duela más que cualquier sobrecarga.
Pero el punto más inquietante no somos las generaciones actuales. Sino quienes vienen después.
¿Qué significa hoy “formar familia”?
¿Qué significa tener hijos en un mundo donde ni siquiera podemos anticipar con mínima certeza cómo será la realidad dentro de 10 años?
Sabemos que la tecnología afecta —directa o indirectamente— nuestros hábitos, formas de relacionarnos, de ocupar nuestro tiempo, de cómo trabajamos... Y esa acumulación termina impactando la construcción del proyecto. No hay antecedentes históricos que, al mismo tiempo, combinen esta velocidad, esta escala y este nivel de impacto simbólico sobre la cognición humana.
Sólo hay proxies, y lo peor es que los analistas están más concentrados en los proxies que en ejercitar proyecciones serias y multi-disciplinarias, confiados en que “la tecnología luego lo resolverá”.
Antes fueron disrupciones que afectaban hábitos y psicología —sobre todo con redes sociales y smartphones— Hoy nos enfrentamos a una tecnología que genera lenguaje, performa inteligencia. Y apenas estamos en sus primeras versiones.
No sabemos cómo se educa a un niño GenAI native. Ni siquiera sabemos cómo nos afectará a nosotros el uso habitual en el mediano y largo plazo. No hay manual, ni teoría del desarrollo, ni caso histórico que se le parezca.
¿Cómo afectará a un niño GenAI native su capacidad de: narrarse, elegir, sostenerse, construir un “proyecto de vida”? Ni siquiera las conductas extrañas de los bebés con smartphones sirven como referencia (scrollng inconsciente/automatizado). Lo que está en juego no es solo la atención o el lenguaje, sino la estructura simbólica con la que construirán sentido.
(Paréntesis) Es probable que algún tecnólogo objete que exagero. Que lo central es la adopción y la productividad. Que aún no hay evidencia empírica concluyente. Pero las tecnológicas de AI están preocupadas de otras cosas hoy... So naive.
La adaptabilidad, aunque crucial, no basta.
Hace falta otra cosa: Refugios narrativos, emocionales, comunitarios. Como los rituales, los vínculos que no se miden en métricas, o simplemente las conversaciones lentas, sin propósito productivo. Espacios donde no se actualice nada. Donde se pueda simplemente ser, vincularse, sostenerse.
Este breve artículo no ofrece soluciones mágicas. Pero tampoco es pesimista. Es una advertencia lúcida: Lo que estamos perdiendo no es el control de la tecnología. Es la continuidad de nuestra historia. Y si queremos seguir siendo humanos —en el sentido pleno del término— necesitaremos inventar nuevas formas de habitar el tiempo: que pasen por el cuerpo, el vínculo, la lentitud —y no solo por la productividad o por el interminable scrolling.
Sólo para cerrar —y mantener la densidad:
A veces olvidamos algo evidente: no llegamos hasta aquí solos. Las calles que pisamos, los sistemas que usamos, los objetos que llamamos “normales”, todo ha sido construido por millones de personas antes que nosotros siquiera pisáramos el planeta. Humanos que no conocimos, pero que dejaron su energía, su tiempo y su vida para que hoy podamos vivir como vivimos.
Si tomáramos en serio esa herencia, si realmente la miráramos con humildad, quizás entenderíamos que sostener la vida —de cualquier forma— incluso trayendo nueva vida— no es solo un derecho ni un deseo: No como mandato religioso. No como slogan progresista. Sino como una forma silenciosa de honrar lo que se ha hecho.
Y ya para bajar las revoluciones:
¿Y si todo esto no es el fin del relato, sino su metamorfosis? ¿Y si el verdadero desafío no es adaptarse, sino reencontrarnos desde otro lugar?
En mi caso, aún no defino si quiero —o si puedo— tener hijos. Pero sí estoy seguro de que enfrentamos un escenario cada vez más desafiante como humanidad.
Hay que afinar nuestra lucidez, especialmente frente a lo que las tecnológicas están dejando de lado, porque si dejamos de prestar atención, podríamos terminar —sin darnos cuenta— sometidos a lógicas que nunca elegimos.
* Lo planteo en forma genérica para el ejercicio del texto, no porque fuese siempre así ni asumiendo que el proyecto cambia únicamente por las variables que acá analizo.
** No es la única causa, pero no podemos decir que la tecnología ha contribuido.